Vuelven los años 20, vuelve la Belle Epoque.

 

Dejad que las clases dominantes continúen esta vorágine de lujo, derroche y vida entregada a los placeres materiales mientras consienten que la desigualdad se dispare y las clases bajas lo tengan cada vez más difícil. Dejadles, pues no nos queda otra: las mentes ya han sido dominadas, los espíritus han cedido bajo el látigo del monopolio de la fuerza y el pensamiento. Oponerse a ello es sufrir. No nos podemos rebelar contra las energías caóticas de la Naturaleza, no podemos oponernos a la naturaleza salvaje del bajo espíritu humano. Esto sería perjudicial para nuestra misma esencia, y un desgaste para el alma. 

Cuando la sociedad reaccione al estado de cosas, lo hará de manera caótica, mal enfocada, tardía e injustamente. Muchas tropelías serán cometidas, y los responsables no pagarán por sus pecados. Siendo pues esto inevitable, pocas soluciones al conflicto vemos. Llegamos a la conclusión de que no hay ninguna razón para sufrir, para apegarse. Sin embargo, esto no significa que no queden motivos para luchar.  

Esta Época Bella, estos años 20 que se despiden de la juventud de nosotros los Millennial, caracterizados por la inflación, la especulación, el apogeo de internet y el mundo digital, no son más que un eco del siglo pasado. Todos queremos ser ricos, estrellas, especiales, y vivir a costa del lujo inconsciente. Lavaremos el pecado haciendo alguna donación o apoyando la causa popular del momento, pero rara vez conllevará que nuestra "militancia" suponga una verdadera incomodidad, un sacrificio por los otros, o por alguna causa. 

Poco a poco se va desmontando la farsa, y cada vez más individuos descorren las cortinas del engaño: ven al emperador desnudo, con todas sus flaquezas, con todas sus avaricias y orgullos. Estos felices años 20 son la despedida del Viejo Mundo, su estertor tardío. Ya no sabemos qué hacer, y aunque lo supiéramos, no tendríamos la fuerza para llevarlo a cabo.